viernes, 30 de marzo de 2012

UNA MIRADA AL CAMPO

HISTORIA DEL CAMPO

En los últimos años la historia regional ha tomado un auge muy grande en nuestro país. Sin lugar a dudas el mayor número de investigaciones del género se concentra en Antioquia y Valle del Cauca. Sin embargo, la historia de los Llanos Orientales de Colombia es un caso excepcional dentro del contexto nacional, pues, pese a no muy favorables circunstancias, hay allí un germen importante de historiadores jóvenes -llaneros y de otras regiones del país y aun extranjeros- que por diferentes circunstancias han estudiado la historia de tan vasta región. Es así como, sin duda alguna, la historia contemporánea y muy especialmente la de la colonización y la violencia de 1948 para acá es la que más ha llamado la atención de propios y extraños.



Electivamente, desde la publicación del libro de Eduardo Franco Isaza |Las guerrillas del Llano (1959), la historia contemporánea de la región ha sido objeto de diferentes análisis que van desde el más pionero y general y quizá más conocido de todos: |La violencia en Colombia. Estudio de un proceso social (1962) hasta los cuidadosos y especializados estudios de Alfredo Molano, Augusto Gómez, Reinaldo Barbosa y Justo Casas Aguilar.
Así pues, el libro que hoy nos ocupa: |Colonización del Ariari (1950-1970). Aproximación a una historia regional, de Osear Gonzalo Londoño Díaz, es un esfuerzo más por historiar un proceso de colonización y de violencia de una zona, bastante bien caracterizada por el autor, dentro de la extensa región de la Orinoquia colombiana, pero que por distintas razones ha sido y es objeto de diferentes conflictos sociales, en los cuales, además de conformarse relaciones sociales tradicionales -clientelismo, compadrazgo etc.-, han surgido elementos definitorios de una identidad cultural. Procesos sociales y culturales en los cuales han intervenido activamente los partidos políticos tradicionales (liberal y conservador) como también el partido comunista, el ejército, la policía y algunas instituciones del Estado colombiano: la Caja Agraria y el Incora, entre otras, pero esencialmente personas: colonos y comandantes guerrilleros, terratenientes y políticos, funcionarios y militares.
El autor realizó un extenso trabajo de campo de tres años que le permitió estudiar los factores internos de la región. Así pues, al igual que otras obras escritas sobre la temática y la región, la mayor parte de la información fue obtenida mediante la recopilación de un sinnúmero de testimonios orales en los cuales encuentra el lector escalofriantes y estremecedoras narraciones, pero a la vez muy, pero muy, humanas experiencias en las cuales, entre otras, se encuentran los sentimientos encontrados (frustración y esperanza) que puede experimentar un ser humano al ser "desarraigado" involuntariamente de su tierra.

Una vez terminada esta parte de la investigación, se dedicó Londoño Díaz a sistematizar y analizar la información obtenida y a relacionarla y confrontarla con otras fuentes publicadas y con otros hechos y sucesos nacionales. Es así como el autor ubica tres momentos o ciclos importantes dentro de la economía de la región: el del decenio del 60, caracterizado por el auge "marimbero", el del decenio del 70, donde se observó una lenta sustitución del cultivo de la marihuana por el de la coca, y el del decenio del 80, no tratado en el libro, en el cual se da el desarrollo del narcotráfico coquero. Los cuales corresponden a dos etapas distintas en el proceso de colonización de la zona.
En la primera de esta etapa, que va de 1948 a 1959, la mayoría de los "colonos voluntarios" emigran a la región, individual o masivamente (como es el caso de los de Villarrica, en el oriente del Tolima), huyéndole a la persecución y represión de los conservadores. Son, pues, liberales y comunistas que se organizan para buscar la paz en el nuevo territorio, pero que, ante la agudización del conflicto a escala nacional y la indudable presión de los terratenientes y políticos conservadores, tienen que formar una "republiqueta", aparte de los "godos", lo cual llevó, según los acontecimientos, a un reacomodamiento permanente de los campesinos de la región, pues, a medida que aparecían nuevas tendencias, los simpatizantes de éstas se iban agrupando por zonas, las cuales, a la postre, terminaron siendo dos: el alto Ariari, de influencia comunista y con mayor organización de masas, y el Ariari medio, dominado por liberales y menos imbuida por la organización y la solidaridad.
Se formaron así grupos armados para defenderse y contraatacar a los "indeseables" vecinos, orientación que también tuvieron los conservadores y que agudizó las diferencias de ambos sectores en discordia, como también entre fracciones liberales y entre éstas y los comunistas. De modo, pues, que no sólo hubo guerrillas "politizadas" liberales, conservadoras y comunistas, sino también grupos de asaltantes o de delincuencia común, así como labores de contraguerrilla emprendidas por el ejército con el fin de contrarrestar el indudable auge de los distintos grupos insurgentes y adelantar operaciones de "limpieza" de bandoleros y delincuentes, las cuales también fueron llevadas a cabo en diferentes épocas por los liberales y los comunistas.
En este período es bien importante la activa participación del partido comunista, que organizó a la población -liberal y comunista- en sindicatos agrarios. También es en este período cuando se crean dentro del común de los habitantes de la región algunas constantes, que el autor define como propias de la identidad de la zona de Ariari, y que son: 1. La lucha por la tierra, que ha llevado a una consigna: "de aquí no me sacan sino muerto". 2. El crecimiento de "Boca Monte", hoy Granada, pues allí el inmigrante encontró una nueva patria chica, un sitio de identificación, la cual adoptó como propia, lo que conllevó la formación de nuevos lazos familiares, el desarrollo del compadrazgo, el clientelismo y el caudillismo, etc. 3. La agudización de cierto sectarismo político que se hace evidente en ciertas consignas como "En mi familia Dios me libre que haya un godo" y "¡Qué carajo!, antes muertos que descoloridos". Pero tal vez lo más significativo sea la paulatina eliminación, luego de un compromiso firmado entre la gran mayoría de los comandantes guerrilleros y el gobierno nacional, representado por Germán Zea Hernández, de todos los jefes alzados en armas. El rosario comenzó en 1957 con el asesinato de Guadalupe Salcedo.








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